TERESA CITO

y el sueño de una ciudad.

Teresa Cito ha inventado un territorio que oscila entre el sueño y la realidad. Hay en él ciudades rodeadas por una vaga atmósfera griega o, tal vez, por ese halo misterioso que crece en las amanecidas de lo construido por el imperio romano en el norte de África.

La artista aporta todos los elementos urbanísticos y mantiene una hermosa indeterminación que, para nuestro mayor asombro y goce estético, más hace pensar y sentir que no se trata de un lugar en ruinas y que es posible que los habitantes hayan abandonado recientemente sus calles, columnatas, corredores y jardines con árboles fantásticos. Un trenecito verde que avanza entre columnas destruye nuestra hipótesis y nos hace comprender que esta ciudad soñada sólo está en la memoria de la artista.

La primera vez que me situé "al borde del paraíso" de esta pintora de talento personalísimo fue en el Centro Cultural de la capital griega. Vi la muestra ya colgada en los muros blancos e iluminada por las luces pálidas de la atardecida ateniense. Los críticos hablaron del homenaje rendido por la artista mexicana a las columnas de la antigüedad clásica. Yo preferí hacer un viaje imaginario por Bengasi, el desierto de Libia, los años de la ocupación italiana, "Sua Maestá il Re lmperatore", el larguirucho duque de Aosta, el éxodo de los italianos, las ruinas de la Tripolitania y las luces cegadoras del norte de África pasadas por el tamiz de la memoria. Con este ejercico de recuerdos inventados vi a la niña que dejó Bengasi a los cuatro años para irse a Florencia, llevando con ella las presencias del desierto, las palmeras y las columnas imperiales de una ciudad de sueño.

"Al borde del paraíso" se presentó en Lisboa, Coimbra, Loulé y Oporto. En 1999 viajó a Puebla y ahora prepara un nuevo periplo por ciudades de Texas y México.

Tengo para mí (los que escribimos este tipo de presentaciones nos damos el derecho de formular hipótesis, acaso arbitrarias, pero sobre todo de aventurar teorías circundantes por los meandros del mundo interior —sueño y memoria— de los óleos) que se entra a la ciudad soñada por las puertas de dos cuadros fundarnentales: Al borde del paraiso y Al borde del paraiso 2. En el primero comienza ya la noche. Hay nubes tormentosas, e1 viento agita las palmeras, el mundo urbano gira entre la luz y la sombra y muestra algunas cosas concretas que contrastan con la atmósfera de sueño. En primer plano la puerta abierta nos invita a cruzarla pero al mismo tiempo nos da a entender que a1 pasar sus límites entramos al vago territorio de la memoria en la cual se confunden la realidad y el deseo.

Veo en Al borde del paraiso 2 una luz de amanecida haciendo hospitalario pórtico suscinto. Las construcciones regresan de la sombra y muestran sus perfiles aún poco claros. Predomina la luz dorada del mediterráneo clásico. Solo me desalienta la sombra de una ave (tal vez un buitre) abriendo sus alas, a mi entender ominosas, en el cielo lechoso de la aurora urbana.

El óleo titulado Luz de la memoria muestra con precisién abstracta los rasgos esenciales de la ciudad sofiada. Su claroscuro nos deja adivinar edificios insignes cipreses ("inhiesto surtidor de sombra y suefio" llama Gerardo Diego ese árbol de portentoso equilibrio) y calles que se hunden para llegar al resplandor blanquecino del alumbrado municipal.

La ciudad de Teresa Cito me ha obligado a fabular sobre su memoria y su trabajo creativo. Ella es la culpable de esta acumulación de impresiones posiblemente erráticas pero, sin la menor duda, sinceras y admirativas. Lo es por crear una obra tan llena de sugerencias, por abrir la puerta de los sueños, por anunciarnos la existencia de un paraíso hecho de bondad y de quietud, por permitirnos unir nuestra memoria a la suya, por llevarnos a la ciudad ubicada "al este del paraiso", en el lugar donde construimos nuestro sueño de seres expulsados.

HUGO GUTIERREZ VEGA
Copilco el Bajo, 1999