Viaje a la Semilla

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Teresa Cito: Viaje a la semilla

Luis Ignacio Sáinz

Algo, desde luego, es cierto: nada en tierras extrañas es exótico, salvo el extranjero mismo.

Ernst Bloch.

Una de las maravillas que detona la cultura, en su doble versión de patrimonio y vida cotidiana, reside en permitirle al sujeto situarse en el lugar del otro. Buena parte de los registros y crónicas que nos convidan la sorpresa respecto de sociedades diferentes en épocas distantes, derivan de una práctica singular: aquella que identifica al saber con el viaje. Los trotamundos levantarán ánimos y anécdotas, ofrecerán testimonios en miscelánea acerca de lo que compartimos y de lo que desconocemos. Peregrinos que sirven de gozne entre sensibilidades, tiempos y realidades autónomas y, en ocasiones incluso, contradictorias. Teresa Cito cumple a cabalidad esta función desde hace décadas en nuestro país, que es un territorio pluralísimo; lo hace con la convicción de que es dueña de una historia alterna, capaz de enriquecerse con los matices, los hechos y los modos de quienes siendo su prójimo, se reivindican originales, heterogéneos y disímiles.

Artista formada en el clasicismo, le es fuente nutricia de su forma de entender el contexto, enfatizando siempre la peculiaridad del aporte de los individuos. Este aguijón del asombro, la capacidad de disfrutar lo misterioso y enigmático, la voluntad crítica y abierta que cancela dogmas y prejuicios, la transforma en una incansable exploradora. La curiosidad operará de brújula en las geografías recorridas. Y en tales experiencias demostrará su entrega a desentrañar los misterios del espacio, sus formas y dispositivos de ocupación y sentido: el de las grandes ciudades y sus lógicas de asentamiento, con las circunstancias ambientales, escenarios naturales del paisaje y las especies que moran en ellos, captará el interés y la atención de quien irremediablemente piensa y siente el entorno justo en semejante intersección, la comprensión del destino.

La arqueología focalizará su vocación compositiva; las huellas del pasado emergerán en su conciencia. Las mamposterías y los sillares de piedra, la traza urbana o ceremonial, el partido arquitectónico, el conjunto habitado y sus senderos, la inducirán a ejercer su pasión nuclear: el dibujo, que le permitirá además, registrar el contexto botánico y zoológico, mineral y atmosférico. Lúdicamente, a través de golpes de nostalgia sobre su historia personal, rescatando animales de su fantasía e incluso algún espíritu nahual. Lo hace en una regresión del tiempo, cubriendo un arco que comienza en la noche para fenecer en el día, del temor que impone la luna a la tranquilidad que convida el sol: primero, los transferes monocromos que señalan el enigma de un escenario, panorama sombrío y un tanto siniestro (Grutas, Maguey, Misterio, Paisaje lejano, Atardecer); después, las estampas preñadas de los colores de la luz que manifiestan el registro topográfico y el lujo del arte de grabar (Piedras, Pájaro, Formas, Plataformas, Atardecer, Un extraño paisaje); para finalizar con la apoteosis de la apropiación del tema con una serie de encáusticas frías sobre lino y un acrílico sobre papel entelado (Viaje a la semilla, Volcán, Celaje, Vértigos, Tiempos de verano, Jugando, Remolinos, Viaje, La tortuga, Piedras en el camino).

Nuestra pintora nómada se arrogó la prueba de descifrar las coordenadas de una constelación mágica de enorme vitalidad y vigencia localizada en el valle de Tlacolula, donde se perpetúan ciertos usos, hábitos y costumbres. Área de influencia zapoteca en la que vibran todavía las creencias primigenias, sintiéndose su actualidad, denominada Yagul, en particular en sus sistemas cavernarios. En tan desconcertante geografía se impone, a querer o no, una dimensión sagrada que nos predica el aún y el ahora de un tiempo renuente a marcharse, que se renueva en sus efectos, topándose con la savia necesaria en la mente, conciencia y alma de sus devotos. Este talante ratifica la extranjería de la artista, quien consciente de su vínculo imperfecto aprecia con “temor reverencial” el lugar y su representación; ubicándose hasta cierto punto fuera de la economía sígnica y la geografía simbólica. Teresa Cito aguarda expectante a la distancia, evade trasponer los límites; dotándose de una vista a lo lejos, donde sin riesgo observa y registra, pasea su mirada al levantar datos y señas de personalidad. Por eso sus perspectivas exigen dos requisitos básicos: distancia y altura, sus resultados devienen una suerte de “vuelos de pájaro” que fundamentan remates visuales continuos y encuentran el ritmo de las construcciones, la cadencia de integración con la naturaleza circundante y el gozo de exhumar objetos y anécdotas muy significativas de un pasado, exorcizado, que ya no duele.

La muestra Viaje a la semilla materializa una escritura pictográfica destinada a rendir tributo de una compleja corografía que se resiste a desaparecer. Cronista del espacio y los rumbos del corazón mixteca, antes zapoteco, Teresa Cito rivaliza con los códices y al igual que ellos hospeda su personal visión. El ex-convento de Santo Domingo de Guzmán, joya del barroco del Ayuntamiento de la Antequera de Oaxaca, inaugurado en 1608 sin concluir, alberga a contracorriente del fundamentalismo inquisitorial del fundador de la congregación, una doble y deliciosa provocación: la presencia de la identidad zapoteco- mixteca y el testimonio de una expedicionaria europea que ha decidido, en un acto de amor y fe, permanecer entre nosotros, y fundar aquí su estirpe y descendencia, compartiéndonos, con generosidad, las visiones plásticas confiadas en que el mundo, la vida y sus moradores tienen redención y sentido. Gracias por ello.